A penas hace tres horas que salí del Refugio. Estoy aturdida y exhausta.
Miguel del Arco consiguió meterse en
una carcasa gigante, como si de un súper-héroe se tratara, para
zarandearme con fuerza y desestabilizar todo mi mundo.
El director reunió a siete actores en calidad de cómplices, a los que disfruté a un escaso medio metro (tuve la fortuna de sentarme en primera fila), y con los
que viví una simbiosis química difícil de explicar... Podía ver
sus vellos erizados mientras sentía el escalofrío que elevaba
también el mío... Siete actores que estrujaron mis tripas
haciéndome sentir pequeña, haciendo que me quebrara... Y durante
más de una hora y media no pude dejar de llorar. Llegué a sentirme
casi ridícula al no poder controlar mi llanto...
El teatro nació para divulgar ideas
políticas, como entretenimiento y como expresión artística. Así
que sin ninguna duda, el arte conlleva: responsabilidad. Y así es
"El refugio", una pieza responsable, emotiva y aturdidora,
que te lleva de la mano para hacer un juicio sobre la sociedad en la
que vivimos, sobre tu entorno, sobre ti mismo. También sobre el egoísmo y el
ego enfermizo del ser humano, que nos nubla hasta el punto de no ser
capaces de discernir qué es un problema. Un problema de verdad.
No encontré en una sola pega. Tanto en el
ámbito artístico, como en el técnico, la obra es impecable. Un
texto brillante e inteligente que dejó a esta parlanchina insaciable
sin poder articular palabra hasta llegar a casa. Con el cuerpo muerto
por la tensión vivida y el cerebro frenético y abrumado.
No quería dejar de escribir esta carta
agradeciendo al equipo que lo ha hecho posible. Agradecerles todo lo
que me habéis hecho sentir y reflexionar.
Mi más sincera enhorabuena. ¡Y
gracias!
Por último, me gustaría dirigirme a
todos aquellos amigos, que sin ser parte de esta producción, estáis
leyendo esta carta: quiero asegurarme de que no perdéis la
oportunidad de vivir esta experiencia.