La historia del Señor Coco

-¡Sara, corre, tenemos un regalo para ti!. Mis padres me esperaban en el jardín de casa... Salí medio dormida y allí estaba él.

La ilusión de mi vida siempre fue tener un perro. Habíamos negociado y renegociado desde muy pequeña las condiciones. Un año me prometieron que si sacaba todo sobresaliente me lo regalarían. Pero mi sorpresa y decepción fue cuando mi profesor favorito (tranquilo Don Francisco, no le guardo rencor)me valoró su asignatura con un notable.

Tengo que aclararos que mi padre es alérgico, y esa era la principal razón por la que no podíamos tener un perro a casa. Pero yo no desistía, incluso inventaba peripecias como intentar regalárselo yo a ellos... O cuando encontrábamos algún perrito perdido, lloraba y suplicaba para que nos lo quedáramos, pero al final siempre acabábamos encontrando al dueño, o mis padres le buscaban otra familia. Pero aquel sábado fue diferente.

- Déjame no mirar a cámara a ver si Sara se cansa rápido y me deja olisquear tranquilo...

Miré a aquel bulldog sin saber qué decir y él me miraba de la misma manera. Tenía en torno a dos años y le habían cortado las orejas y el rabo. Seguimos en silencio mirándonos durante un par de segundos, pero me pareció una eternidad. Estoy segura

que fue en ese momento se encendió una soldadura invisible que nos unió de manera irrompible.

¡Madre mía! si os contara la cantidad de veces que había ensayado ese momento... Soñaba despierta imaginando que mis padres me despertaban con una caja con un lazo rojo y que al abrirla, saldría de ella un inquieto cachorro... Siempre pensé que no podría dejar de llorar y gritar mientras saltaba por toda la casa. Pero nada de aquello pasó. Me quedé en estado de shock. Me pareció que el perro también (luego supe que el pobre había vomitado durante el viaje y que no se encontraba del todo bien).

Me acerqué y lo acaricié. ¿Es para mí? Fue lo único que pude preguntar. Mis padres estaban como locos de contentos, diciéndome que sí, que por fin, que allí lo tenía. Creo que también alucinaron con mi no-reacción.

En ese momento, mi padre sacó la cámara de fotos e inmortalizó el momento: sonreí como pude. Me levanté, cogí la correa y me fui a dar un paseo con él. Paseamos en silencio durante un rato... Estudiaba cada paso que daba, mientras que a él sólo parecía importarle olisquear cada esquina. No parecía extrañado o incómodo por pasear con una desconocida. Se le veía feliz.

Si os digo la verdad, aún sigo sin entender por qué reaccioné así. Supongo que una parte de mi pensaba que en un par de días se lo volverían a llevar como aquellos perritos que durmieron un par de noches en casa y luego volvieron con su familia. No sabía si era una broma. No entendía.

Pasaron días hasta que asimilé la noticia. Recuerdo cuando lo llevé al veterinario para cambiar el nombre del anterior dueño por el mío en su cartilla veterinaria. Así me convertía oficialmente en su madre. Parecía que esta vez era diferente. El señor Coco, tenía nueva familia.

Según me contaron mis padres, el anterior dueño había puesto un anuncio en un portal web. En el anuncio decía que se vendía perro "por traslado" ya que el actual dueño se iba de la isla y no se lo podía llevar con él. Mis padres le llamaron y acordaron verse el siguiente sábado. Cuando llegaron, de la manera más fría le pidió 300 euros y a cambio les entregó a mi Señor Coco. Fue un encuentro rápido. El chico ni se despidió de él, y eso que mis padres insistieron en que podía llamarnos cuando quisiera y visitarlo, que podía venir a vernos para asegurarse de que iba a estar bien. Cosa que nunca pasó.

"- Qué suplicio... Lo que tiene que aguantar uno...".

"- Vida perra".

Un par de meses después, un familiar de mi madre le contó que conocía al chico. Y que no se había mudado. Quería deshacerse del perro "porque lo mordía todo". Pasaba todo el día encerrado y ni siquiera lo sacaban a la calle. El "señorito"(por llamarlo de alguna manera)pretendía que el perro estuviera todo el día acostado y fuera como un mueble más de decoración de la casa.

Lo mejor que pudo pasar es que el Señor Coco saliera de esa casa. Que llegara a mi vida para alegrármela. Desde aquello, lo hemos vivido todo juntos. Incluso, cuando tomé la decisión de venir a Madrid, lo único que traje conmigo fue: una maleta y a mi mejor amigo.

Hace seis años que vivimos juntos en Madrid, entre mudanzas y anécdotas locas. Ahora Coco tiene casi once años. Pero tiene casi la misma vitalidad que cuando tenía dos. Y os puedo asegurar que cada día le quiero más. No puedo explicar con palabras lo que siento por éste "cachorro" como yo le sigo llamando. 

Selfie del señor Coco.

No quiero ni imaginar la cantidad de perros que se encuentran en una situación como la que vivía el señor Coco. Es cierto que no se trata de situaciones extremas, pero desde luego no son condiciones para tener un perro. Escuchamos muchas campañas de concienciación sobre la "tenencia responsable" de animales, pero parece que no es suficiente. En España se abandonan más de 137.000 mascotas al año. Me parece una aberración. Así que desde aquí, pido por favor, a todas aquellas personas que estén pensando compartir su vida con un perrete, gatete, tortuga... que reflexionen sobre si van a ser capaces y responsables. Si cuando vayáis de vacaciones buscaréis alternativas para poder llevarlo con vosotros o estáis dispuestos a buscarle un canguro, si tenéis los suficientes recursos para ellos y desde luego, tener en cuenta la cantidad de perros que ya han sido abandonados y están deseando tener una familia. Una segunda oportunidad.

Gracias Mamá, Papá, por traer a mi vida al Señor Coco. Gracias por hacerme el mejor regalo de mi vida.

Estoy segura que tu perrete o mascota tiene también una singular historia. Y que es de las cosas más importantes de tu vida. Así que te invito a compartirlo en este café.