La ilusión de mi vida siempre fue tener un perro. Habíamos negociado y renegociado desde muy pequeña las condiciones. Un año me prometieron que si sacaba todo sobresaliente me lo regalarían. Pero mi sorpresa y decepción fue cuando mi profesor favorito (tranquilo Don Francisco, no le guardo rencor)me valoró su asignatura con un notable.
Tengo que aclararos que mi padre es alérgico, y esa era la principal razón por la que no podíamos tener un perro a casa. Pero yo no desistía, incluso inventaba peripecias como intentar regalárselo yo a ellos... O cuando encontrábamos algún perrito perdido, lloraba y suplicaba para que nos lo quedáramos, pero al final siempre acabábamos encontrando al dueño, o mis padres le buscaban otra familia. Pero aquel sábado fue diferente.
- Déjame no mirar a cámara a ver si Sara se cansa rápido y me deja olisquear tranquilo... |
Miré a aquel bulldog sin saber qué decir y él me miraba de la misma manera. Tenía en torno a dos años y le habían cortado las orejas y el rabo. Seguimos en silencio mirándonos durante un par de segundos, pero me pareció una eternidad. Estoy segura