¿Por qué soy vegetariana?

Hace un año y medio dejé de consumir carne. No fue una decisión de las de: “a partir de mañana ya no más”, sino que apareció de forma moderada.

Desde pequeña tengo un dilema con la comida. Con seis o siete años dejé de consumir pollo. Y todo a raíz de que en el comedor del colegio lo servían de manera que, a veces, se colaban otras partes que no eran lo que llaman “pechuga” o “muslo”, sino hígados u otras cosas que no sabría deciros qué eran. Estuve muchísimo años sin volver a probarlo. Y con él, quité (inconscientemente) la ingesta de todo lo que tuviera forma de animal. Comía filetes, carne en salsa, jamón… todo lo que no pareciera o recordase a un animalito. Así no tenía remordimientos.

Sara Cocinillas me llaman.

Un hecho destacable se produjo en el rodaje de mi primera película (Tres 60). Recuerdo que en la fiesta de “fin de rodaje” prepararon cordero para todo el equipo, y yo
fui incapaz de probarlo. Afortunadamente el chef fue muy hábil y me preparó, sobre la marcha, una tortilla; y yo tan feliz.

Hace un año y medio, me di cuenta que llevaba una semana sin consumir carne. Aunque no fue ahí cuando convertí mi dieta, y estilo de vida en vegetariana, ya que continué durante algunos meses consumiendo pescado. Busqué en internet y leí que, había una corriente de “pesco-vegetarianos” y basé mis comidas en vegetales, frutas, legumbres, pasta y pescado. La carne la sustituí por el pescado. Si iba a una hamburguesería pedía una Mc-Fish, si cenábamos una pizza, la pedía de atún… Y así se me hizo el cambio más llevadero.

Pero llegó un momento en el que no me sentía bien conmigo misma. Inconscientemente y poco a poco, mis creencias y convicciones me pedían que no formara parte de una industria con la que no comulgo. Amo a los animales, y considero que tienen el mismo derecho que yo a vivir. Quería empezar mi nueva vida, sin tener que destrozar ninguna otra. Pero, aún así, había varios factores que no me permitían dar el paso. El primero fue el miedo. Miedo a una dieta pobre. A no poder alimentar mi cuerpo “como se supone que debemos”. A que enfermara por ello. Miedo al aburrimiento. Si ya me costaba echarle imaginación al día a día sobre qué comer, no quería ni pensar cómo sería si quitaba los principales alimentos a los que estaba acostumbrada. Después el problema fue mi entorno. No dejas de sentirte como “una tiquismiquis”, como “la que desentona”. Mi pareja se echaba las manos a la cabeza. Mis padres también.

Leí muchísimo acerca de la nutrición. Cómo nutrirte para estar sano. Cómo suplir las proteínas animales que dicen necesitamos. Incluso pedí hora con una nutricionista vegana (a la que no llegué a visitar, porque madre mía, ¡qué precio!). Y vi muchos documentales sobre nutrición. Algunos hablan de cómo laganadería industrial se está cargando el planeta y de tantas cosas de las que no era consciente.

Debía tomar una decisión. Pero no sólo por mi amor a los animales, y la defensa de sus derechos. Sino porque no quería formar parte de ésta aberración. De éste desastre ecológico. Y es que si leéis y estudiáis un poco sobre el tema, entenderéis por qué el ritmo de la industria cárnica debe parar si queremos asegurar un futuro a nuestro planeta. Un futuro a nuestras siguientes generaciones.

Oye, pues me ha quedado rico esto...

Pero lo mío no son las medidas, ¿eh? De aquí saco dos platos.

He de reconocer que también influyó muchísimo la salud. Hace años que enfermo con facilidad. Problemas estomacales, problemas hormonales, alergias.. Cualquier gripe o resfriado que estuviera cerca, era para mí seguro. Así que después de varias pruebas (incluso de intolerancias alimenticias), acordé con mi médico empezar una dieta ovo-lácteo-vegetariana. Pero esta nueva decisión fue exactamente igual que la primera. No me propuse un día. No fue un “a partir de mañana”. Paulatinamente fui suprimiendo el pescado, hasta que me di cuenta que llevaba varias semanas sin consumirlo. Debo de reconocer que me costó un poquito más.

El cambio de hábito alimenticio supone un cambio gigante en tu rutina y costumbres. Debes dejar de lado hasta de ir a los restaurantes de siempre, si quería tener una dieta equilibrada. En los “menús del día” de cualquier restaurante, cuesta encontrar platos únicamente vegetales. Así fue como, en vez de dejarme arrastrar por el entorno y las circunstancias, he intentado arrastrar yo a mi entrono a restaurantes vegetarianos. He descubierto la cantidad de restaurantes vegetarianos y veganos que hay en la ciudad y estoy encantada. Cuando voy, me dispongo a copiar recetas e ideas para hacerlas en casa. Y aquí, en casa, es dónde más fácil lo tengo. A los mandos de mi cocina, y con internet y un poco de imaginación, invento y hago recetas que están riquísimas, y que al contrario de lo que yo creía, la cocina vegana no es aburrida, es muy creativa. Es más, ¡mi chico se ha convertido en un auténtico cocinero vegetariano! Y aunque él, sigue consumiendo carne (casi siempre fuera de casa) me sorprende con recetas que se inventa para mí. Y como podréis imaginar, se me cae doblemente la baba.

Algo que me ha facilitado mucho las cosas, es pedir la fruta y la verdura a una huerta ecológica. De esta manera, no compro productos refrigerados, ultra congelados y sin sabor. Así que cada plato que hacemos, es un manjar.

Mi salud ha mejorado un mil por mil. Me encuentro muchísimo mejor. Tengo más energía y ahora me pongo enferma de “San Juan a Corpus” (como la gente normal). De hecho, ésta misma semana, me he hecho una analítica y para mi sorpresa, son los mejores resultados que he tenido. Siempre he tenido problemas de hierro, anemia y un sin fin de parámetros descontrolados. Pero esta vez no ha sido así. Está todo estupendo. Todo en su sitio.

Ser vegetariana ha cambiado mi vida en todos los sentidos. No consumo animales, ni me visto con ellos. Si voy a comprar cualquier cosa, como por ejemplo, una funda para el portátil, un cojín, unos zapatos… me fijo en que no estén hechos de animales. Y no es que antes llevara abrigos de piel, o  de manufactura animal, pero no era consciente cuando compraba calzado o algún producto, de qué estaban hechos.

Sé que con un solo dedo no se puede tapar el Sol. Pero intento colaborar en que puedo, para que tengamos un mundo mejor, y así asegurarme de que las siguientes generaciones puedan disfrutarlo. Así, los huevos que consumo, me aseguro de comprarlos en una granja pequeña, en la que sé que las gallinas ponen los huevos de manera natural. No las tienen como si fueran máquinas de producir.

El señor Coco se relame antes de probarlo. La Señora Miel es más paciente.

Me gustaría dejar claro que respeto la opción de alimentación de cualquier persona. Me despido de éste café de Las llaves de casa, agradeciendo a todos lo que me seguís con tanta pasión y cariño. Estoy asombrada del tiempo que empleáis en participar y comentar en cada café. De que a pesar de que me lío como una persiana y hago post bastante largos, los leéis de verdad. Y para mí es un halago en mayúsculas.